Desde París (AFP)

El día a día del personal de salud en el mundo, del hospital a casa

Del hospital a casa, la AFPTV ha seguido a trabajadores de salud en guerra contra el nuevo coronavirus. Una vida marcada por la impotencia ante la muerte de los enfermos, el miedo a contagiar a sus familiares, las decisiones difíciles por el día y las pesadillas nocturnas.

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El doctor Jaques Sztajnbok, jefe de la unidad de cuidados intensivos del Instituto de Infectología Emilio Ribas de Sao Paulo habla con un compañero el 29 de abril de 2020 - AFP/AFP/Archivos
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Del hospital a casa, la AFPTV ha seguido a trabajadores de salud en guerra contra el nuevo coronavirus. Una vida marcada por la impotencia ante la muerte de los enfermos, el miedo a contagiar a sus familiares, las decisiones difíciles por el día y las pesadillas nocturnas.

Los camarógrafos de la AFP en París, Beirut, Estocolmo, Sao Paulo, Los Angeles, Dakar y Daegu siguieron a finales de abril a médicos, enfermeras, conductores de ambulancias y auxiliares de enfermería en primera línea del combate. Estos son los retratos de cuatro de estos héroes anónimos.

Argenteuil (suburbio de París) - Axel Hirwe, 29 años, un interno en anestesia-cuidados intensivos del Hospital Argenteuil.

A las 08h30 Axel Hirwe comienza sus 24 horas de guardia. Con bata y cubrezapatos se dirige al servicio de cuidados intensivos. Repentinamente suena la alarma: hay un paciente en paro cardíaco. Interviene. El enfermo recupera el pulso, pero su cerebro está muy dañado. No sobrevivirá.

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El doctor Lars Falk, de 43 años, jefe de la unidad de Oxigenación por membrana extracorpórea del hospital universitario de Karolinska, el 20 de abril de 2020 en Estocolmo (AFP/AFP)

El joven encaja el golpe. "Desgraciadamente o afortunadamente, nos encariñamos con los pacientes. Lo hemos visto en ventilación espontánea, es decir, que respiraba por sí mismo, que podía comunicarse con nosotros. Así que hemos podido hablar con él, conocer su estilo de vida. (...) Tras un agotamiento respiratorio, tuvimos que ponerlo bajo ventilación mecánica. Después de haber conocido al paciente es muy difícil asumir que finalmente va a morir".

Hay 40 pacientes graves en esta unidad. Axel Hirwe, con sus pequeñas gafas redondas, pasa a otro caso. Hay que colocar a un hombre sobre el vientre, para mejorar su respiración. Hay cinco personas movilizadas. "Transcurrió lo mejor posible".

También están las llamadas de los familiares. "Está mejor que los días anteriores, pero todavía sigue en una situación grave", dice por teléfono. "Debemos tranquilizarlos, pero no demasiado, porque siguen en un estado grave: están en cuidados intensivos, intubados. Pero a veces necesitan un poco de esperanza".

Después de la guardia, vuelta a casa, a Clichy, a unos 10 km del hospital. Axel intenta relajarse sin hablar de medicina con sus cinco compañeros de piso. Y llama a su madre. "Está muy preocupada, intento tranquilizarla", dice. Desde el otro extremo de la línea telefónica, ella le hace escuchar los aplausos al personal de salud.

Beirut - Alí Awerké, de 34 años, enfermero en urgencias en una unidad para coronavirus del hospital universitario Rafic Hariri.

Dos ambulancias se detienen delante del servicio de urgencias por coronavirus. Alí Awerké acoge a un paciente que ha sido transportado, mientras habla con otro cerca de la puerta de entrada. "Ya voy, déjeme solo instalar a este paciente y voy a ayudarle". Una vez en el pasillo dice: "Póngalo aquí en la primera sala".

Es un no parar en todo el día. En la oficina de enfermería, recoge el material. "Tres tubos para los laboratorios y para hemocultivos". Se ocupa de hisopos y muestras de sangre. Responde al teléfono: "Alí, urgencias..." Atiende a un paciente: "Extienda el brazo ... extiéndalo, extiéndalo".

Alí Awerké se ofreció como voluntario para unirse al equipo de coronavirus al comienzo de la crisis. "No tenía ropa conmigo, no tenía nada. Me uní al equipo y llamé a mi esposa para decirle: 'Me voy a quedar aquí y, desgraciadamente, no podré verte por un tiempo'". Desde entonces vive aislado en casa de sus padres en Beirut.

Esta noche es diferente: después de un test PCR (prueba de diagnóstico) se va a casa por primera vez en dos meses. Quiere "dar una sorpresa" a su familia.

El llamado a la oración que marca el final del ayuno del Ramadán suena cuando el joven llega a su pueblo natal de Es Saksakiye. El reencuentro es emotivo. Lleva un ramo de flores en la mano, besa a su esposa, su hija pequeña se echa a sus brazos. Por fin en familia. Disfrutan de la cena de ruptura del ayuno.

"Estoy muy feliz, voy a dormir bajo el mismo techo que mis hijos y mi esposa. (...) He echado de menos la casa, estar sentado en el porche. Han pasado dos meses", dice. "Siglos".

Solna (Suecia) - Lars Falk, de 43 años, médico y jefe de la unidad OMEC (Oxigenación por membrana extracorpórea) del hospital universitario de Karolinska.

El servicio siempre está lleno en la unidad OMEC. Aquí es donde llegan los pacientes con dificultades respiratorias graves. El equipo es invasivo y el tratamiento, doloroso.

"Esperamos que los pacientes que traemos aquí sobrevivan con el tratamiento OMEC, lo cual no pasaría con el tratamiento regular de cuidados intensivos", explica el doctor Lars Falk. Con el tratamiento convencional, morirían en 24 horas.

Hay mucha demanda y pocas plazas. A diario el doctor Falk debe tomar decisiones complejas. "Tenemos que seleccionar a los pacientes adecuados y también a las personas que quedan privadas (de este tratamiento) y son decisiones muy difíciles".

Cuando regresa a casa el doctor, con barba de dos días, se despeja un poco. "Algunos días son más agotadores que otros, pero cuando vuelves a casa, con tu familia, con tus hijos, te sientes aliviado".

Por la noche "es más fácil pensar en algunas de las decisiones que has tomado durante el día, si era correcto o no poner a ese paciente en oxigenación por membrana extracorpórea". Con el riesgo de dejar morir a otros.

Sao Paulo - Jaques Sztajnbok, de 55 años, jefe de la unidad de cuidados intensivos del Instituto de Infectología Emilio Ribas de Sao Paulo.

Una muerte por día: es la media del Instituto de Infectología Emilio Ribas, cuya unidad de cuidados intensivos ha estado ocupada al 100% desde mediados de abril por casos graves de pacientes con el nuevo coronavirus.

Como cada día, el doctor Jaques Sztajnbok está al pie del cañón. "A diario tenemos que discutir cada caso, en cada visita, y hacer pruebas para ver si lo que funciona para un paciente también funciona para otro, lo vamos viendo cada día porque no tenemos un protocolo establecido debido a que no conocíamos esta enfermedad".

Como jefe, debe "dar ejemplo". Pero está preocupado todo el tiempo. Por sus pacientes y por sus colegas, varios de los cuales han sido diagnosticados positivos, "una preocupación que nunca hemos tenido en epidemias anteriores".

Y también por su familia. "Siempre tenemos esta angustia, esta preocupación por (...) lo que podríamos llevar a casa".

Cuando regresa a casa, en un barrio acomodado de Sao Paulo con su esposa Fabiane, una especialista en enfermedades infecciosas del mismo hospital, el ritual es siempre el mismo: deja las cosas en la entrada, se ducha y echa la ropa para lavar.

Pero el COVID-19 está ahí. "En la cena, siempre cuentan lo que pasó durante su guardia", dice su hijo Daniel, de 10 años.

"Tienes mucha preocupación y estrés que se acumula a lo largo del día y cuando llegas a casa necesitas hablar de ello", reconoce el médico.

Hoy, es un día especial, Jaques Sztajnbok cumple 55 años. Recibe una sorpresa, velas y tarjeta de sus hijos. "Valiente, creo que es un adjetivo que no escribían en las tarjetas de cumpleaños anteriores", comenta.



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