Desde Traenheim (Francia) (AFP)

Legado e innovación en un viñedo francés para luchar contra las enfermedades

Sus antepasados son viticultores desde al menos el siglo XVI. Sus barricas más antiguas datan de casi 150 años. Pero a este legado, Nathan Muller le suma un punto de innovación con variedades de uvas resistentes a las enfermedades que no necesitan fungicidas.

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Unos vendimiadores recogen uvas resistentes a enfermedades, gracias a una hibridación de vides salvajes americanas y francesas, el 12 de septiembre de 2023 en Traenheim, Francia - AFP/AFP
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Sus antepasados son viticultores desde al menos el siglo XVI. Sus barricas más antiguas datan de casi 150 años. Pero a este legado, Nathan Muller le suma un punto de innovación con variedades de uvas resistentes a las enfermedades que no necesitan fungicidas.

En sus viñedos alsacianos, en el noreste de Francia, este barbudo viticultor de 33 años produce las variedades Riesling, Crémant y Gewurztraminer como sus vecinos.

Pero en sus 12 hectáreas hay camuflada media hectárea de cepas resistentes, un híbrido entre vides salvajes americanas y otras locales.

"Esto resiste al mildiu y al oídio. La uva está impecable, las hojas están bien verdes, es mejor para la fotosíntesis", afirma el viticultor.

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Uvas resistentes a enfermedades, gracias a una hibridación de vides salvajes americanas y francesas, fotografiadas el 12 de septiembre de 2023 en Traenheim, Francia (AFP/AFP)

Su experimento tiene sus raíces en la historia. En el siglo XIX, el mildiu y el oídio, unos hongos microscópicos llegados de América, destruyeron los viñedos europeos cuyas cepas eran incapaces de resistir genéticamente a este mal desconocido.

Los botánicos franceses Georges Couderc y Chrétien Oberling encontraron un remedio al combinar vides silvestres americanas, resistentes por naturaleza a estas enfermedades, con plantas europeas.

En los años 1960, estos híbridos representaban más de un tercio de las plantaciones francesas, antes de desaparecer prácticamente del paisaje. Los productores prefieren ahora pulverizar sus campos con cobre para el mildiu y azufre para el oídio.

Hoy en día, la viticultura es de lejos la actividad agrícola que utiliza más productos fitosanitarios. Incluso las prácticas biológicas siguen recurriendo a ellos.

"¿Podremos prescindir del azufre y el cobre? No", responde contundente Maximilien Zaepffel, otro viticultor biológico en Dambach-la-Ville, al sur de Estrasburgo.

- Reducción de costes -

En búsqueda de técnicas menos nocivas para el medioambiente, el Instituto de Investigación para la Agricultura, la Alimentación y el Medioambiente (INRAE) relanzó a comienzos de los 2000 la hibridación de cepas francesas con vides de América y Asia para recrear variedades de vino comercializables.

En toda Francia hay un millar de hectáreas plantadas con estas cepas híbridas, dice Didier Merdinoglu, director de investigación del INRAE en la ciudad francesa de Colmar, también en el noreste.

"El mayor interés es la reducción de insumos. De media estamos en el 80% de reducción del uso de fungicidas, lo que es enorme", asegura.

El instituto ha seleccionado desde 2018 nueve variedades y prevé ofrecerlas a otros viticultores en los próximos años. Pero el proceso es lento y toma una quincena de años poner a punto una nueva cepa.

La guinda del pastel es la reducción de los costes de producción para los agricultores. "Esto permite ahorros importantes, de unos 600 euros (635 dólares) por hectárea, sin contar el tiempo dedicado" a esparcir los fungicidas, dice Merdinoglu.

Según él, "esto no desnaturaliza la calidad del vino, a veces incluso tiene a mejorarlo".

- "Hay que experimentar" -

Para el consumidor, estos vinos resistentes a las enfermedades no son más caros.

En su finca en Traenheim, al oeste de Estrasburgo, Nathan Muller vende directamente sus botellas de tinto "resistente" a 8,50 euros (9 dólares), más o menos el mismo precio que su vino ecológico normal.

Por contra, no puede catalogar esta nueva producción como "vino de Alsacia" ni usar la botella de cuello largo típica de la región porque esta denominación de origen está reservada solo a 14 cepas.

Por ello vende este vino bajo la etiqueta de "Vino de Francia", con unos requisitos más flexibles.

Su producción es de momento confidencial, pero toda la cosecha de 2023 cabe en una cuba de 1.200 litros.

"Comercialmente funciona bien. Solo hay que explicar a la gente que estas cepas no tienen nada que envidiar a las tradicionales", estima.

El cambio climático invita también a pensar en crear variedades resistentes al calor. Además, el contexto alsaciano, con las viñas muy cerca de los pueblos, demanda acabar con la pulverización cerca de los núcleos habitados.

"Hay que experimentar, hay que avanzar en esta dirección", estima Zaeppfel, vicepresidente de la Cámara de Agricultura de Alsacia. Los viticultores "ven que las cosas evolucionan y su explotación debe también evolucionar".



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